CANCIÓN DEL
MAESTRO TABERNARIO
Camarada “Pirigallo”, bravo y temerario, diletante y locuaz,
pirata de probada germanía, alma transustanciada, aflamencado hijo de las rías
baixas. Tripulante único, singular, del bajel sobre el que surcamos mares
mundanos a la búsqueda de tesoros que vivir, de relucientes personas que, como
joyas, orlen nuestra andadura en el tráfago de este efímero burdel, de amistad
abierta como cofres de oxidados herrajes, albergando riquezas cuantiosas sólo
alcanzables para la imaginación de marinos intrépidos, decididos y arrojados
marinos. Marinos de rumbo incierto y sin retorno.
Pirata de hechicera música, de voz estrangulada y reseca, insuflando
aliento y ardor a los camaradas dispuestos al abordaje. Saqueando navíos de
noche y estrellas armados. Bucanero de tangos y melodías que, usurpadas al
aire, se hacen suyas para siempre en el
tono melancólico, amargo y tierno de una no resuelta queja. Sones cuyo
arrebatado desgarro nos impele, extasiados, hacia los cruentos desgarros del
combate; las mil batallas contra espirituosos enemigos y, a la vez, su música
alumbrando el camino borroso, el humo cubriendo la mar tras el estallido
jubiloso por el botín usurpado, la nave saqueada… Y quince hombres en el cofre
del muerto, bebiedo ron, ron…
A Manu “Piri” que
se debate, enfrentado a su destino, en el mar De la Gran Tempestad
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