SALVADOR RODRÍGUEZ*
Pues sí. Se acercan las Navidades, unas fiestas de las que decía
abominar, pero que sin embargo me enseñó a disfrutar durante quince,
veinte, treinta?¡bastantes años, vaya!. Manuel Omil Álvarez, "el Piri",
se me fue de esta esquina del barrio de la vida en pleno en verano, y
han tenido que pasar los días,las semanas y los meses convincentes, para
que me atreviese a escribir estas líneas,atenazado aún por el recuerdo
de las canciones que, en Nochebuena y Año Viejo, perpetrábamos en el bar
Fazanes, donde con la presidencia honorífica de Domanuel padre, el
maestro, las palmas comenzaban a eso de las ocho de la tarde, se
interrumpían por las cenas familiares, y se retomaban tras las
campanadas de medianoche, ya con el viejo profesor retirado en sus
aposentos.
Todo solía empezar con el "Feliz Navidad" en versión de
José Feliciano que daba paso a los grandes éxitos de Pata Negra, y que a
su vez anunciaba lo mismo al Pedro Navaja de Rubén Blades, que al reloj
de Los Panchos. Las noches se envolvían en los trastes, y las cuerdas
de las guitarras, más viejas que veteranas, rasgaban el humo que nos
protegía de la oscuridad, la lluvia que golpeaba las ventanas y el frío
que aguardaba a traición fuera del local de Seso José; las voces se
encendían y apagaban entre cervezas, chupitos y cubalibres, había
siempre una lembranza de los que se fueron para no volver, un saquillo
de lágrimas corales clandestinas, y un regreso a los Brincos de brindis
con un imaginario sorbito de champán.
De entre las canciones
inevitables, tenía algunas que eran de su absoluta propiedad, como el
tango "Cambalache" de Discépolo o el bolero "Emborráchame de amor" de
Héctor Lavoe, por supuesto las de Antonio Vega, y una que solíamos
compartir ambos antes de que los licores hiciesen un efecto desmesurado
en nuestras neuronas: "Que no soy yo", de Joan Bautista Humet, una
suerte de boceto humano gracias al cual sigo pensando que a veces pienso
que tengo suerte? Por eso en estas noches largas que se aproximan, en
las que por vez primera no podré siquiera consolarme con que la voz de
Manolito viaja en guitarra por bulerías, me acordaré de echar un vistazo
al cielo para buscar esa estrella cuya lucecita apenas se ve pero que,
seguro, será la suya, aunque jure y perjure "¡Que no soy yo, que aún no
soy!". Será la suya, seguro, porque cual también cantábamos, a la vera
de Joan Manuel Serrat, queriendo o sin querer, o sin querer queriendo,
los dos compartíamos pertenencia a la raza de pájaros que llora "cuando
nadie nos ve".
*Periodista de FARO
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